sábado, 21 de marzo de 2009

Parménides de Elea

PARMÉNIDES



Parménides (c. 515-c. 440 a.C), filósofo griego, considerado por muchos eruditos como el miembro más importante de la escuela eleática.




Natural de Elea (colonia griega en el sur de la Magna Grecia), se cree que visitó Atenas cuando tenía 65 años de edad y que, en tal ocasión, Sócrates, entonces un hombre joven, le oyó hablar. De sus escritos sólo se han conservado 160 versos, pertenecientes a 19 fragmentos de un poema didáctico, Sobre la naturaleza. En este tratado, considerado el primero sobre el ser, abogaba por la existencia del “Ser absoluto”, cuya no existencia declaraba inconcebible, pero cuya naturaleza admitía ser también inconcebible, ya que el “Ser absoluto” está disociado de toda limitación bajo la cual piensa el ser humano. Mantenía que los fenómenos de la naturaleza son sólo aparentes y debidos, en esencia, al error humano; parecen existir, pero no tienen entidad real. Sostenía también que la realidad, “Ser verdadero”, no es conocida por los sentidos, sino que sólo se puede encontrar en la razón. Esta creencia le convirtió en un precursor del idealismo de Platón. La teoría de Parménides de que el ser no puede originarse del no ser, y que el ser ni surge ni desaparece, fue aplicada a la materia por sus sucesores Empédocles y Demócrito, que a su vez la convirtieron en el fundamento de su explicación materialista del Universo.

Según la tradición fue discípulo de Jenófanes de Colofón. Es el principal representante de la escuela eleática; concibe el ser como uno e inmutable, homogéneo e indivisible, eterno y perfecto, por lo cual considera toda variación ilusoria. Su doctrina es, pues, totalmente opuesta a la de su contemporáneo Heráclito. Se le considera el fundador de la Teoría del conocimiento y de la Ontología. Se conservan fragmentos de su poema.


En dicho poema, luego de un proemio de carácter religioso, en el que el autor realiza una serie de invocaciones para conseguir el favor de una diosa no identificada con el objeto de poder acceder al verdadero conocimiento, Parménides nos expone su doctrina: la afirmación del ser y el rechazo del devenir, del cambio. El ser es uno, y la afirmación de la multiplicidad que implica el devenir, y el devenir mismo, no pasan de ser meras ilusiones.


El poema expone su doctrina a partir del reconocimiento de dos caminos para acceder al conocimiento: la vía de la verdad y la vía de la opinión. Sólo el primero de ellos es un camino transitable, siendo el segundo objeto de continuas contradicciones y apariencia de conocimiento.


“Ea, pues, que yo voy a contarte (y presta tu atención al relato que me oigas)
los únicos caminos de búsqueda que cabe concebir:
el uno, el de que es y no es posible que no sea,
es ruta de Persuasión, pues acompaña a la Verdad;
el otro, el de que no es y el de que es preciso que no sea,
este te aseguro que es sendero totalmente inescrutable.”


La vía de la opinión parte, dice Parménides, de la aceptación del no ser, lo cual resulta inaceptable, pues el no ser no es. Y no se puede concebir cómo la nada podría ser el punto de partida de ningún conocimiento. (”Es necesario que sea lo que cabe que se diga y se conciba. Pues hay ser, pero nada, no la hay.”) Por lo demás, lo que no es, no puede ser pensado, ni siquiera “nombrado”. Ni el conocimiento, ni el lenguaje permiten referirse al no ser, ya que no se puede pensar ni nombrar lo que no es. (”Y es que nunca se violará tal cosa, de forma que algo, sin ser, sea.”). Para alcanzar el conocimiento sólo nos queda pues, la vía de la verdad. Esta vía está basada en la afirmación del ser: el ser es, y en la consecuente negación del no ser: el no ser no es


“Y ya sólo la mención de una vía
queda; la de que es. Y en ella hay señales
en abundancia; que ello, como es, es ingénito e imperecedero,
entero, único, inmutable y completo.”

Hace 2500 años, Parménides sostuvo que nada podía suceder en el Universo, y por tanto negó que fuera posible el movimiento. Su discípulo Zenón ideó diversas paradojas para defender este punto de vista, entre ellas la de Aquiles y la tortuga. Borges, en su texto "La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga" se ocupa del tema y cita diversas refutaciones (erroneas y correctas) de la paradoja.


Yo me referiré aquí a la paradoja de la hoja que no puede caer, que es una pequeña variante de una de las de Zenón. Si una hoja seca se desprende de su rama a finales de verano, es imposible que llegué a caer hasta el rio. Puesto que para llegar al rio, que dista (digamos) un metro de la hoja, primero debe recorrer la mitad de la distancia, 1/2 metro, y después el 1/2 metro restante. Pero para recorrer esta segunda mitad, primero deberá recorrer 1/4 y después el siguiente 1/4 y asi sucesivamente con el siguiente 1/8, 1/16, 1/32 ... hasta el infinito. Para recorrer estos infinitos espacios, debe demorar forzosamente un tiempo infinito, luego la hoja no puede llegar jamás al rio, luego su movimiento es ilusorio, un engaño de nuestros sentidos.


Con Pitágoras y Parménides empezó la manía de no fiarse de lo que ven nuestros ojos. Este proceder, que debía resultar elegantísimo para conversar en los salones mientras los esclavos cultivaban el huerto, fue continuado después por Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín y Santo Tomás. Y alejó la filosofía de la ciencia, que no es más que el sentido común racionalizado.



¿Es posible fotografiar una hoja que cae inesperadamente?


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